Si bien los autores mencionados en el título de esta nota pusieron su firma a los cuentos clásicos que hoy llegan a nosotros en suavizadas versiones cinematográficas, lo cierto es que las historias relatadas en dichos cuentos provienen de tradiciones populares europeas –principalmente de la época medieval– transmitidas oralmente de generación en generación. Algunas de las historias fueron versionadas de manera diferente tanto por Charles Perrault como por los hermanos Grimm; autores que se tomaron el trabajo de recopilar, redactar y publicar dichas historias en forma de cuentos infantiles, evitando de esa forma que desaparecieran como víctimas de la modernidad.
Al adaptar esas historias para el público infantil, tanto Perrault como los Grimm procuraron que los cuentos tuvieran finales más o menos felices y (en el caso de Perrault) siempre existiera una moraleja, explicada en un párrafo al final de cada cuento. Por ejemplo, en el caso de Caperucita Roja, la moraleja aconseja a los niños no hacer caso a los consejos de adultos extraños:
Vemos aquí que los niños –y sobre todo las niñas bonitas, elegantes y graciosas– proceden mal al escuchar a cualquiera, y que no es nada extraño que el lobo se coma a tantos. Digo el lobo, pero no todos los lobos son de la misma calaña. Los hay de modales dulces, que no hacen ruido ni parecen feroces o malvados y que, mansos, complacientes y suaves, siguen a las tiernas doncellas hasta las casas y las callejuelas. ¡Y ay de quien no sabe que estos melosos lobos son, entre todos los lobos, los más peligrosos!
Al adaptar esas historias para el público infantil, tanto Perrault como los Grimm procuraron que los cuentos tuvieran finales más o menos felices y (en el caso de Perrault) siempre existiera una moraleja, explicada en un párrafo al final de cada cuento. Por ejemplo, en el caso de Caperucita Roja, la moraleja aconseja a los niños no hacer caso a los consejos de adultos extraños:
Vemos aquí que los niños –y sobre todo las niñas bonitas, elegantes y graciosas– proceden mal al escuchar a cualquiera, y que no es nada extraño que el lobo se coma a tantos. Digo el lobo, pero no todos los lobos son de la misma calaña. Los hay de modales dulces, que no hacen ruido ni parecen feroces o malvados y que, mansos, complacientes y suaves, siguen a las tiernas doncellas hasta las casas y las callejuelas. ¡Y ay de quien no sabe que estos melosos lobos son, entre todos los lobos, los más peligrosos!