2010-12-12

El perro de los colmillos amarillos

Un cuento para que los chicos se acostumbren a cuidar bien de sus dientes.


Fido era un perro muy cuidador. Quería mucho a sus dueños, y ellos confiaban plenamente en él para que impidiera el ingreso en la casa de toda clase de seres indeseables.

Y hablando de seres indeseables... en el fondo de la casa vivía el ratón Miguelito, un roedor muy travieso que siempre estaba buscando la forma de colarse en la cocina para robar comida. Pero nunca lograba hacerlo, gracias a que Fido se le ponía en el camino.

El perro de los dientes amarillos
Era un perro inteligente, y tenía muy buen oído. Alcanzaba con que Miguelito hiciera el ruido más sutil en sus incursiones por la casa, para que ese perro bravo lo detectara inmediatamente y se le plantara delante, haciéndole ver sus filosos, blancos y brillantes colmillos. Entonces el roedor frenaba su corrida y, aterrado por esa dentadura amenazante, volvía sobre sus pasos y corría a esconderse en su guarida. Fido, orgulloso por haber repelido una vez más al invasor, corría a ladrarle a su amo, quien lo premiaba con unas caricias acompañadas ocasionalmente por alguna galletita.

Pero Fido tenía un defecto: era vago para lavarse los dientes. Cada vez que su amo aparecía con cepillo en mano, Fido se escondía debajo de la cama y era capaz de quedarse allí durante horas, con tal de evitar la lavada de dientes. El amo finalmente se rendía y guardaba el cepillo de Fido sin haberlo usado siquiera.

Con el tiempo, los dientes del buen perro fueron perdiendo su blancura, su brillo y también su filo.



El perro y el ratón
Un día, Miguelito intentó una nueva incursión en la cocina. Fido se le plantó delante como siempre, pero esta vez sus dientes no inspiraron el más mínimo miedo al ratoncito. Miguelito se quedó mirando la descuidada dentadura del perro, mientras éste, confundido, no atinó ni siquiera a ladrar. Miguelito esquivó rápidamente a Fido y recorrió la cocina, recogiendo toda la comida que quiso para llevarla a su guarida y disfrutar de un verdadero banquete.

Fido fue con las orejas bajas y la cola entre las patas a ver a su amo, quien, preocupado al verlo tan triste, le preguntó qué le había ocurrido.

A modo de respuesta, Fido mostró sus dientes.

–¿Ves, Fido? –dijo el amo al ver los amarillentos colmillos de su perro–. Esto es lo que pasa por no lavarte los dientes. Ya mismo vamos al veterinario.

El veterinario le aplicó a Fido una limpieza completa, que se hizo larga y molesta, y hasta significó una inyección. Pero como resultado, el perro volvió a su casa con los dientes otra vez sanos, blancos y filosos.

Desde ese día, Fido se dejó lavar los dientes, y el travieso Miguelito no pudo volver a invadir la cocina para robar comida.

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