Las grandes villanas de los cuentos clásicos comúnmente desempeñan roles de madrastras o de brujas. Esos roles son analizados por literatos, psicólogos y filósofos. A continuación condensamos en un resumen los resultados de esos análisis.
En los cuentos clásicos hay muchas más madrastras malas y brujas que madres bondadosas. Se puede argumentar que las madrastras y brujas son un mal necesario para justificar el argumento de los cuentos, ya que los conflictos se producen al ser los protagonistas niños o niñas indefensos que no tienen una auténtica madre que los proteja.
La escritora española Soledad Puértolas publicó en ELPAIS.com la nota “Malas de cuento”, en la que analiza el rol de las mujeres malignas en los cuentos clásicos.
Puértolas analiza los casos de Blancanieves y Cenicienta: dos historias de madrastras. La de Blancanieves, además de madrastra, es bruja. El famoso espejito en el que se mira para asegurarse de que su belleza no tiene rival en su reino la pone en relación directa con las fuerzas del mal. La madrastra de la Cenicienta, sin embargo, es simplemente una mujer mala. Humilla constantemente a su hijastra y le encarga los más fatigosos trabajos de la casa, mientras no escatima dineros para vestir lujosamente a sus hijas con la idea de encontrarles marido.
En todo caso, una, bruja, otra, simplemente malvada, son prototipos de la madrastra que odia a su hijastra. Si la niña o la joven tienen al enemigo dentro de su círculo familiar, ¿cómo no se va a presentir toda una sucesión de peligros? Pero de esto tratan los cuentos, de obstáculos y dificultades. Si Blancanieves y Cenicienta hubieran tenido madres en lugar de madrastras, sus historias no habrían tenido lugar. La madre es buena por naturaleza, generosa, protectora. Blancanieves y Cenicienta son dos jovencitas desvalidas a las que hay que salvar.
Caperucita Roja, en cambio, no tenía madrastra... ¿o sí? La supuesta madre encarga a la niña que lleve la merienda a su abuelita, pero le advierte de los peligros del bosque y le pide que no se entretenga. No volvemos a saber nada de la madre.
Entonces nos preguntamos: ¿a quién se le ocurre mandar a la niña sola a casa de la abuelita teniendo que pasar tan cerca del bosque, un lugar peligroso por definición? Esta madre, ¿no será en realidad una madrastra?, ¿por qué, si no, envía a la niña a un lugar y a una hora tan inconvenientes? Lleva la merienda, luego es por la tarde, que linda con la noche. Bosque y noche, dos peligros clarísimos. Lo del lobo ha sido algo imprevisto. O quizá no: quizá la madrastra conoce la existencia del lobo, que tiene su guarida en el bosque. Quizá confiaba en que la niña, que es curiosa, se internaría por el bosque, se perdería y se toparía al fin con el lobo, que la mataría.
Como las madrastras malas quieren deshacerse de sus hijastras, hay muchas razones para suponer que la madre de Caperucita bien podría haber sido madrastra y no madre. Muerta Caperucita, la madrastra se queda con el padre de la niña para ella sola. La jugada le ha salido perfecta. Más aún, si, como sospechamos, la abuelita, a la que también se ha comido el lobo, es la madre del padre de Caperucita y, como es lógico, no se lleva nada bien con la nueva mujer de su hijo. Si todo esto es así, está claro que la madrastra ha matado dos pájaros de un tiro.
Si optamos por atenernos a la figura de la madre, llegaríamos a una conclusión igualmente inquietante: la madre es una perfecta estúpida. No tiene ningún sentido que envíe a su hija en medio de la tarde y con el bosque a sus puertas a casa de la abuelita. Sus advertencias de peligro, como debería de saber, se convierten en incitación, en tentación. Una madre tonta acaba siendo una mala madre.
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Las hadas de los cuentos
Para compensar la amenaza de las madrastras, brujas y malas madres, existen las hadas. Estas bellas y etéreas mujeres se encargan de ayudar a los protagonistas de los cuentos cuando se hallan más desesperados.Puértolas concluye su artículo señalando que “la literatura ha ofrecido siempre un lugar donde pasan cosas completamente distintas de las que se ven en el cotidiano acontecer, pero también da cabida a situaciones conocidas de la vida. Ambas opciones son necesarias y complementarias”.
“La presencia del mal en el mundo, sostiene Jung, es un hecho evidente y, en consecuencia, no podemos descartar el proceso de aprendizaje que nos brindan los cuentos. Lo tremendo, lo terrible, lo incomprensible, es parte de la vida, y la imaginación es un instrumento poderoso para nuestra sobrevivencia. También para nuestra felicidad”.