En pleno corazón de la selva que une el Noreste argentino con el Paraguay, se alza gallardamente la copa del timbó, ese árbol que todas las primaveras ofrece su fruto de color negro, curiosamente parecido a una oreja humana. Acerca de él, los guaraníes narran una conmovedora historia que simboliza el amor paternal.
Saguaá era un viejo cacique indio: alto, musculoso, de melena tirando a gris y de plumas rojas bajo la vincha. La india que compartía su toldo le había dado varios hijos varones seguidos y recién al final, una hija, la cual fue criada como una princesa; salvaje, es cierto, pero con mimos de princesa. Tacuareé era su nombre, melodioso y entrañable como su belleza. El amor de Saguaá por su pequeña era tal, que se desvivía día y noche por satisfacer cada uno de sus deseos.
La hermosa indiecita crecía en gracia e inteligencia, y llegó el día en que se enamoró perdidamente. Pero una gran tristeza le oprimía el corazón: su amado era un guerrero de una tribu lejana, enemiga a la de su padre. Fue entonces cuando Tacuareé tuvo que decidir, y así lo hizo: seguiría a su guerrero. Pero, sintiéndose incapaz de enfrentar el dolor que iba a causar a Saguaá, convino con su amado en que partirían sin avisarle. La desesperación envolvió con un manto gris al atormentado cacique, quien tras descubrir la ausencia de su hija, se internó en la selva cegado por la angustia, llorando y gritando el nombre de Tacuareé.
Vanas resultaron las súplicas y los consejos de los indios. Saguaá continuó adelante, hiriéndose con las zarzas a cada paso, pero insensible al dolor que le causaban, porque todos los males le parecían pequeños en comparación con aquel que le desgarraba el corazón. Y, en su delirio, creía sentir los pasos de su adorada hija. Por eso se arrojaba al suelo y, con la oreja pegada en la hierba húmeda de rocío, ansiaba escuchar la llegada de su pequeña. Y así continuó Saguaá hasta que la muerte cerró sus párpados en la esperanza de reunirse alguna vez con Tacuareé.
Tras varios días de ardua búsqueda, los indios de la tribu hallaron el cuerpo yaciente del cacique. Pero cuál no sería la sorpresa al querer llevarlo al campamento y descubrir que su oreja estaba adherida a la tierra y, al intentar separarla, quedaron maravillados: ¡la oreja de Saguaá había echado raíces!
Con esta historia, un poco triste, pero llena de poesía, los indios guaraníes explicaban el origen de ese árbol misterioso al que llamaron cambá nambí, que significa oreja negra y que también se conoce con el nombre de timbó.