2012-06-30
2012-06-16
Fábula del sol y el viento
A buena altura sobre el bosque y ocultos detrás de la densa pantalla de las nubes, el sol y el viento seguían su discusión, que sostenían desde tiempo inmemorial, sobre cuál de los dos era el más fuerte.
–¡Claro que soy yo! –insistió el sol–. Mis rayos son tan poderosos que puedo chamuscar la Tierra hasta reducirla a negra yesca reseca.
–Sí, pero yo puedo inflar mis mejillas y soplar hasta que se derrumben las montañas, se astillen las casas convirtiéndose en leña y se desarraiguen los grandes árboles del bosque.
–Pero yo puedo incendiar los bosques con el calor de mis rayos –dijo el sol. –y yo, hacer girar la vieja bola de la Tierra con un solo soplo –insistió el viento.
–¡Claro que soy yo! –insistió el sol–. Mis rayos son tan poderosos que puedo chamuscar la Tierra hasta reducirla a negra yesca reseca.
–Sí, pero yo puedo inflar mis mejillas y soplar hasta que se derrumben las montañas, se astillen las casas convirtiéndose en leña y se desarraiguen los grandes árboles del bosque.
–Pero yo puedo incendiar los bosques con el calor de mis rayos –dijo el sol. –y yo, hacer girar la vieja bola de la Tierra con un solo soplo –insistió el viento.
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2012-06-10
Soñador veloz
Un cuento sobre un niño que soñaba con ser corredor de autos de carrera.
A Juanchi le gustaban mucho las carreras de autos. Mucho, mucho muchísimo, tanto que ya tenía un disfraz de corredor con casco y todo.
El asunto había comenzado con el papá de Juanchi, que veía la Fórmula 1 todos los domingos y, desde que Juanchi era bebito, lo acompañó en su fanatismo, volviéndose fanático él también.
Desayunaban en frente de la tele, sentados en el sillón, llenándolo de migas y azúcar de las facturas y haciendo enojar a la mamá de Juanchi. A pesar de todo, ellos disfrutaban de su tradición. Y, cuando la carrera terminaba, Juanchi se iba a jugar a su cuarto con las pistas y los autos, no sin antes hacerle unos mimos a su mamá para que se le cambie el ceño fruncido. “Sólo mimos, porque de limpiar, ¡nada!”, protestaba la mamá para sí misma, mientras recibía los besos de Juanchi.
En la familia ya pensaban que el tema de las carreras, con disfraz incluido, era un poquito exagerado; pero también decían que seguramente era una etapa pasajera.
“Los chicos son así”, comentaba el abuelo. “Hoy les gusta una cosa y mañana otra”.
La cosa es que a Juanchi no le cambiaban los gustos y así siguió jugando hasta que un día pensó: “¡Eso es, cuando sea grande voy a ser corredor de autos! ¡Sííí!”, gritó de alegría para sí mismo, como gritamos todos en nuestras cabezas al hacer un gran descubrimiento.
Juanchi y las carreras |
El asunto había comenzado con el papá de Juanchi, que veía la Fórmula 1 todos los domingos y, desde que Juanchi era bebito, lo acompañó en su fanatismo, volviéndose fanático él también.
Desayunaban en frente de la tele, sentados en el sillón, llenándolo de migas y azúcar de las facturas y haciendo enojar a la mamá de Juanchi. A pesar de todo, ellos disfrutaban de su tradición. Y, cuando la carrera terminaba, Juanchi se iba a jugar a su cuarto con las pistas y los autos, no sin antes hacerle unos mimos a su mamá para que se le cambie el ceño fruncido. “Sólo mimos, porque de limpiar, ¡nada!”, protestaba la mamá para sí misma, mientras recibía los besos de Juanchi.
En la familia ya pensaban que el tema de las carreras, con disfraz incluido, era un poquito exagerado; pero también decían que seguramente era una etapa pasajera.
“Los chicos son así”, comentaba el abuelo. “Hoy les gusta una cosa y mañana otra”.
La cosa es que a Juanchi no le cambiaban los gustos y así siguió jugando hasta que un día pensó: “¡Eso es, cuando sea grande voy a ser corredor de autos! ¡Sííí!”, gritó de alegría para sí mismo, como gritamos todos en nuestras cabezas al hacer un gran descubrimiento.
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