Este cuento ilustra el uso de las conjugaciones a través de sus personajes, supuestos nativos americanos, que descubren las ventajas de utilizar los verbos con sus variadas conjugaciones.
Para niñas y niños en edad escolar
Buey Acostado, el cacique de la tribu de los Piernas Largas, había pedido reunirse con Pluma Roja, su par de la tribu de los Macocos, para tratar un tema de suma importancia. Los dos líderes indígenas estaban reunidos en una tienda en territorio neutral, custodiada por diez bravos de cada una de las tribus.
–¿Cuál ser tema tan importante que querer tratar? –preguntó Pluma Roja, antes de dar una pitada a la pipa protocolar y entregársela a Buey Acostado para que hiciera lo propio.
–Indios necesitar mejorar forma de hablar –dijo con gravedad el líder de los Piernas Largas, echando humo al aire–. Los tiempos cambiar, tribus deber dejar de parecer incivilizadas.
–Buey Acostado tener razón. Coincidir en que ser hora de mejorar forma de hablar. Pero, ¿qué sugerir?
–Para empezar, deber aprender a conjugar.
Pluma Roja miró confundido a Buey Acostado mientras daba una profunda pitada a la pipa.
–¿Qué ser conjugar? –preguntó al rato, soltando al aire una gran bocanada de humo.
–No saber exactamente. Pero tener algo que ver con tiempos verbales. Y seguro servir para hablar más bonito. El problema ser que ningún indio saber lo suficiente como para enseñar conjugación a otros indios. Necesitar maestro blanco para enseñar.
–Estar bien. Pero, ¿de dónde sacar maestro blanco?
Buey Acostado reclamó la pipa y le dio una buena pitada. Luego dijo con aire altanero:
–No preocupar. Buey Acostado tener la solución.
–¿Ah sí? ¿Cuál ser?
A modo de respuesta, Buey Acostado llamó a un joven miembro de su tribu.
–¡Hombro Caído! ¡Venir a tienda principal! –gritó.
Al rato, un joven indio ingresó respetuosamente en la tienda. Los dos caciques lo invitaron a sentarse, aunque no le convidaron la pipa, ya que era muy joven para fumar.
–Pluma Roja, presentar a Hombro Caído –dijo Buey Acostado a su par, para luego dirigirse al joven–. Hombro Caído conocer pueblo de hombre blanco, deber ir a raptar a maestro para enseñar indios a conjugar.
–Con todo respeto –dijo Hombro Caído–, tiempos cambiar, indios ya no raptar hombre blanco. Indios negociar.
Los dos caciques se quedaron mirando al joven con aire suspicaz, ante lo cual éste continuó:
–Hombro Caído sugerir ofrecer a maestro algo a cambio de enseñar a indios. Por ejemplo, artesanías o platos típicos. A hombre blanco gustar esas cosas.
Pluma Roja cambió la mirada suspicaz por un gesto de aprobación.
–Parecer bien. Buey Acostado, ¿qué opinar?
El líder de los Piernas Largas mantuvo la pipa en su boca un rato, mientras pensaba. Luego dijo, con tono serio y autoritario:
–Estar bien. Hombro Caído, ir a pueblo de hombre blanco, llevar muestras de mejores artesanías, buscar maestro, explicar situación y ofrecer regalos. Prometer banquete con mejores platos típicos de tribu Piernas Largas. Traer maestro cuanto antes, para enseñar a indios. Después ordenar a tribu tomar clases con maestro y mostrar buena conducta. ¿Qué esperar? ¡Ir ya!
Hombro Caído salió corriendo de la tienda e inmediatamente fue a buscar a su caballo. Lo montó de un salto y ambos salieron a todo galope con rumbo al pueblo del hombre blanco. Al rato volvió a buscar las muestras de artesanías que había olvidado, y ahora sí, dio rienda suelta a su caballo para que saliera a la carrera hacia el pueblo.
Muchas horas pasaron antes del regreso del joven. Hasta que finalmente volvió, con aire triunfal, trayendo sobre las ancas del caballo a una pasajera de piel blanca. Era una señora de largo vestido verde oscuro y amplia capelina al tono, quien portaba un gran bolso.
Hombro Caído condujo al caballo a paso lento hasta acercarse a la tienda principal. En la entrada de la tienda esperaban los dos caciques, de pie, con semblante adusto y los brazos cruzados, siempre custodiados por sus sendas decenas de bravos.
–Ser bienvenida a nuestra tribu –saludó seriamente Buey Acostado.
–Gracias por invitarme –contestó la maestra Hortensia haciendo una reverencia–. Me encantan sus artesanías y sus platos típicos, así que será un placer enseñarles a cambio de los regalos que me prometió este amable muchacho.
Hortensia pidió que le armaran una gran tienda a modo de salón de clases y en ella reunió a todos los interesados en aprender la lengua castellana. Muchos indios e indias participaron en las clases. Al cabo de un mes, todos ellos dominaban perfectamente los tiempos verbales y los vericuetos de la lengua de Cervantes.
La maestra había terminado su trabajo y los indios organizaron un gran banquete en su honor, tal como habían prometido. Luego del agasajo, Buey Acostado y Pluma roja estaban una vez más reunidos en la tienda de los jefes, debatiendo temas de alta importancia para sus tribus.
–Mi estimado Pluma Roja –dijo Buey Acostado, hablando pausadamente y en un tono seguro–, creo que es el momento de llamar a nuestra querida maestra Hortensia, darle las gracias por su admirable esfuerzo y retribuírselo con creces. ¿Qué te parece?
–No pudiera estar más de acuerdo –respondió Pluma Roja.
–Perdón, pero se dice: “No podría estar más de acuerdo” –corrigió el otro cacique.
–Estás en lo cierto, mil perdones. No podría estar más de acuerdo.
Buey Acostado ordenó amablemente, pero con autoridad, que trajeran a Hortensia a la tienda. Minutos después, la maestra se sumaba a la reunión de los caciques.
–Señora Maestra Hortensia –dijo Buey Acostado–, le estamos enormemente agradecidos por el trabajo que ha hecho con nosotros. Ya dominamos a la perfección el lenguaje y no parecemos incivilizados. En estos momentos le están preparando dos grandes alforjas de cuero para que se lleve todos los obsequios que le prometimos.
–Ha sido un placer –contestó Hortensia con una leve reverencia–. Para mí es un orgullo haberles enseñado y es admirable lo rápido y bien que han aprendido todos. Sin embargo…
–¿Qué? –preguntó Pluma Roja.
–Sin embargo –continuó tímidamente la maestra–, me voy a tomar el atrevimiento de darles un consejo –los dos caciques la miraban extrañados–. Aunque es grato escucharlos hablar con tanta corrección, el hecho de que dominen perfectamente una lengua ajena hace pensar que han perdido algo de su cultura. Al hablar así, es como si dejaran de ser indígenas, no sé si me explico…
–¿Usted quiere decir –preguntó Buey Acostado– que al dominar el castellano hemos perdido nuestra identidad? ¿Entonces cometimos un error al empeñarnos en aprender su idioma?
–No exactamente. Está muy bien que hayan aprendido el castellano, por que en incontables ocasiones les será útil para dialogar con nuestra gente en situaciones que lo ameriten. Pero el resto del tiempo, tal vez deberían volver a hablar como antes, solamente para demostrar que no han dejado de ser Piernas Largas y Macocos.
Los dos caciques miraron un largo rato a la maestra sin decir nada. Después se miraron entre ellos otro rato, y después volvieron a mirar a la maestra. Finalmente, Buey Acostado habló.
–Mujer blanca tener razón –dijo poniéndose serio y cruzándose de brazos.
–Mucha razón –concordó Pluma Roja–. Maestra Hortensia ser bienvenida a volver a tribu de indios cuando querer.
Con una gran sonrisa y una igualmente grande reverencia, Hortensia salió de la tienda y volvió al pueblo del hombre blanco.
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Los caciques Pluma Roja y Buey Acostado |
–¿Cuál ser tema tan importante que querer tratar? –preguntó Pluma Roja, antes de dar una pitada a la pipa protocolar y entregársela a Buey Acostado para que hiciera lo propio.
–Indios necesitar mejorar forma de hablar –dijo con gravedad el líder de los Piernas Largas, echando humo al aire–. Los tiempos cambiar, tribus deber dejar de parecer incivilizadas.
–Buey Acostado tener razón. Coincidir en que ser hora de mejorar forma de hablar. Pero, ¿qué sugerir?
–Para empezar, deber aprender a conjugar.
Pluma Roja miró confundido a Buey Acostado mientras daba una profunda pitada a la pipa.
–¿Qué ser conjugar? –preguntó al rato, soltando al aire una gran bocanada de humo.
–No saber exactamente. Pero tener algo que ver con tiempos verbales. Y seguro servir para hablar más bonito. El problema ser que ningún indio saber lo suficiente como para enseñar conjugación a otros indios. Necesitar maestro blanco para enseñar.
–Estar bien. Pero, ¿de dónde sacar maestro blanco?
Buey Acostado reclamó la pipa y le dio una buena pitada. Luego dijo con aire altanero:
–No preocupar. Buey Acostado tener la solución.
–¿Ah sí? ¿Cuál ser?
A modo de respuesta, Buey Acostado llamó a un joven miembro de su tribu.
–¡Hombro Caído! ¡Venir a tienda principal! –gritó.
Al rato, un joven indio ingresó respetuosamente en la tienda. Los dos caciques lo invitaron a sentarse, aunque no le convidaron la pipa, ya que era muy joven para fumar.
–Pluma Roja, presentar a Hombro Caído –dijo Buey Acostado a su par, para luego dirigirse al joven–. Hombro Caído conocer pueblo de hombre blanco, deber ir a raptar a maestro para enseñar indios a conjugar.
–Con todo respeto –dijo Hombro Caído–, tiempos cambiar, indios ya no raptar hombre blanco. Indios negociar.
Los dos caciques se quedaron mirando al joven con aire suspicaz, ante lo cual éste continuó:
–Hombro Caído sugerir ofrecer a maestro algo a cambio de enseñar a indios. Por ejemplo, artesanías o platos típicos. A hombre blanco gustar esas cosas.
Pluma Roja cambió la mirada suspicaz por un gesto de aprobación.
–Parecer bien. Buey Acostado, ¿qué opinar?
El líder de los Piernas Largas mantuvo la pipa en su boca un rato, mientras pensaba. Luego dijo, con tono serio y autoritario:
–Estar bien. Hombro Caído, ir a pueblo de hombre blanco, llevar muestras de mejores artesanías, buscar maestro, explicar situación y ofrecer regalos. Prometer banquete con mejores platos típicos de tribu Piernas Largas. Traer maestro cuanto antes, para enseñar a indios. Después ordenar a tribu tomar clases con maestro y mostrar buena conducta. ¿Qué esperar? ¡Ir ya!
Hombro Caído salió corriendo de la tienda e inmediatamente fue a buscar a su caballo. Lo montó de un salto y ambos salieron a todo galope con rumbo al pueblo del hombre blanco. Al rato volvió a buscar las muestras de artesanías que había olvidado, y ahora sí, dio rienda suelta a su caballo para que saliera a la carrera hacia el pueblo.
Hombro Caído condujo al caballo a paso lento hasta acercarse a la tienda principal. En la entrada de la tienda esperaban los dos caciques, de pie, con semblante adusto y los brazos cruzados, siempre custodiados por sus sendas decenas de bravos.
–Ser bienvenida a nuestra tribu –saludó seriamente Buey Acostado.
–Gracias por invitarme –contestó la maestra Hortensia haciendo una reverencia–. Me encantan sus artesanías y sus platos típicos, así que será un placer enseñarles a cambio de los regalos que me prometió este amable muchacho.
La maestra Hortensia enseña a los indios a dominar el castellano. |
Hortensia pidió que le armaran una gran tienda a modo de salón de clases y en ella reunió a todos los interesados en aprender la lengua castellana. Muchos indios e indias participaron en las clases. Al cabo de un mes, todos ellos dominaban perfectamente los tiempos verbales y los vericuetos de la lengua de Cervantes.
La maestra había terminado su trabajo y los indios organizaron un gran banquete en su honor, tal como habían prometido. Luego del agasajo, Buey Acostado y Pluma roja estaban una vez más reunidos en la tienda de los jefes, debatiendo temas de alta importancia para sus tribus.
–Mi estimado Pluma Roja –dijo Buey Acostado, hablando pausadamente y en un tono seguro–, creo que es el momento de llamar a nuestra querida maestra Hortensia, darle las gracias por su admirable esfuerzo y retribuírselo con creces. ¿Qué te parece?
–No pudiera estar más de acuerdo –respondió Pluma Roja.
–Perdón, pero se dice: “No podría estar más de acuerdo” –corrigió el otro cacique.
–Estás en lo cierto, mil perdones. No podría estar más de acuerdo.
Buey Acostado ordenó amablemente, pero con autoridad, que trajeran a Hortensia a la tienda. Minutos después, la maestra se sumaba a la reunión de los caciques.
–Señora Maestra Hortensia –dijo Buey Acostado–, le estamos enormemente agradecidos por el trabajo que ha hecho con nosotros. Ya dominamos a la perfección el lenguaje y no parecemos incivilizados. En estos momentos le están preparando dos grandes alforjas de cuero para que se lleve todos los obsequios que le prometimos.
–Ha sido un placer –contestó Hortensia con una leve reverencia–. Para mí es un orgullo haberles enseñado y es admirable lo rápido y bien que han aprendido todos. Sin embargo…
–¿Qué? –preguntó Pluma Roja.
–Sin embargo –continuó tímidamente la maestra–, me voy a tomar el atrevimiento de darles un consejo –los dos caciques la miraban extrañados–. Aunque es grato escucharlos hablar con tanta corrección, el hecho de que dominen perfectamente una lengua ajena hace pensar que han perdido algo de su cultura. Al hablar así, es como si dejaran de ser indígenas, no sé si me explico…
–¿Usted quiere decir –preguntó Buey Acostado– que al dominar el castellano hemos perdido nuestra identidad? ¿Entonces cometimos un error al empeñarnos en aprender su idioma?
–No exactamente. Está muy bien que hayan aprendido el castellano, por que en incontables ocasiones les será útil para dialogar con nuestra gente en situaciones que lo ameriten. Pero el resto del tiempo, tal vez deberían volver a hablar como antes, solamente para demostrar que no han dejado de ser Piernas Largas y Macocos.
Los dos caciques miraron un largo rato a la maestra sin decir nada. Después se miraron entre ellos otro rato, y después volvieron a mirar a la maestra. Finalmente, Buey Acostado habló.
–Mujer blanca tener razón –dijo poniéndose serio y cruzándose de brazos.
–Mucha razón –concordó Pluma Roja–. Maestra Hortensia ser bienvenida a volver a tribu de indios cuando querer.
Con una gran sonrisa y una igualmente grande reverencia, Hortensia salió de la tienda y volvió al pueblo del hombre blanco.
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