Había una vez un rey muy apegado a sus bienes, a su castillo y a sus joyas. Vivía todo el tiempo preocupado y con miedo de que se los quitaran. Mientras hacía todo lo posible por mantener sus pertenencias a buen resguardo, veía que los pobres de su reino eran felices, y se preguntaba cómo ellos, que apenas tenían algo para comer, podían disfrutar de la vida. Entonces decidió disfrazarse de mendigo y mezclarse con los pobres para develar el misterio.
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El rey y sus preciados bienes. |
Salió de su castillo por unos túneles secretos que sólo él conocía, llevando su disfraz de mendigo bajo el brazo. Una vez que estuvo fuera, se puso el disfraz y dejó su vestimenta real escondida en unos arbustos. Comenzó a recorrer el pueblo y a mezclarse tímidamente entre los aldeanos, hasta que se sintió seguro de que nadie lo reconocía. Entonces llegó hasta una casa que le pareció de las más pobres del pueblo. Tocó la puerta y ésta enseguida se abrió. “Pasa, buen hombre”, dijo amablemente el dueño de casa. “No es mucho lo que tengo pero con gusto lo compartiré contigo”.
El dueño de casa era Enoch, el zapatero del pueblo, que hacía lo imposible por mantener en condiciones los desgastados zapatos de la gente, y la mayoría de las veces no cobraba nada a cambio, ya que sus clientes no tenían con qué pagarle.