A la ranita de este cuento le gustaba tanto mentir que hasta se mentía a sí misma. Y esa costumbre le costó cara. Por Elizabeth Flores.
Para niñas y niños de 6 años en adelante.
En un oscuro y frío pantano del reino de la selva vivía una vanidosa ranita. Era extremadamente mentirosa, tanto... tanto que se mentía a ella misma. Muy cerca de su hábitat había un cristalino y fresco manantial, y cuando el sol besaba el agua, ella llegaba para verse como en un espejo. En una calurosa tarde cuando el indomable sol asomaba sus ojos, salió como de costumbre a darse un bañito; se posó en una roca frente al manantial y se dijo: ¡Qué bella princesa soy! ¡Nadie puede ser más bella que yo! Soy la reina de este lugar.
Presa de sus pensamientos vanos salió dando saltitos y mas saltitos para ser admirada por todos. Creyéndose mirador de toda la fauna se quedó coqueteando en medio de las sombreadas pasarelas; de una encina se escurrió una serpiente y con audacia le dijo: ¿Tú eres la rana que ensordece mis oídos con tan escandaloso canto?
Con vanidad contestó: Mi canto es mágico y fantástico, propio de una princesa, la única en este reino. Al escuchar las palabras de la rana, la serpiente se enfureció y empezó a perseguirla. La ranita corrió tanto que olvidó el camino al pantano y se perdió en la oscuridad de la selva.
Todas las noches a la luz de la luna soñaba con regresar a su casita y lloraba amargamente junto a los grillitos que le acompañaban.
Una libélula que danzaba entre las flores observó su tristeza y le preguntó: ¿Si te enseño el camino a tu morada no mentirás más?
Muy feliz contestó: Si amiguita, ayúdame, ayúdame por favor y prometo no mentir nunca mas.
La libélula iluminó el tenebroso sendero, mientras repetía las consecuencias de la mentira. Siendo ésta un veneno que mata a la ilusión.
Al regresar a casa continuó muy feliz sus quehaceres, recordando la promesa por cumplir.
Fuente: Mundopoesia.com