Las obras de Juana de Ibarbourou tienen como elemento característico las referencias a experiencias de la vida cotidiana, intuitivamente descriptos mediante su lenguaje poético. Los que saben dicen que sus poemas no son consecuencia de una gran elaboración intelectual, sino un resultado emanado espontáneamente de las emociones de la autora.
Si bien los escritos de Juana se enmarcan en la corriente modernista, dicha corriente no es más que un instrumento accesorio en su obra, ya que supo expresar su amor por su entorno cotidiano con gran independencia creativa. Creo que todos aquellos que aspiramos a practicar alguna forma de arte (sea música, pintura, escritura, danza, etc.) admiramos a quienes han sido bendecidos con la capacidad de canalizar las expresiones artísticas en forma natural, sin esfuerzo, como si una musa inspiradora les soplara todo el tiempo al oído lo que tienen que transmitir en cada una de sus obras o sus expresiones.
Para ilustrar esta idea, vaya un pequeño ejemplo de la vida de Doña Juana de Ibarbourou: se dice que viviendo en una modesta casa de la calle Asilo (en la ciudad de Montevideo), y pasando estrecheces económicas, la escritora compartía las labores hogareñas y el cuidado de su hijo con la elaboración artesanal y venta de flores artificiales. Había adquirido esa habi
lidad en el colegio, cuando tal capacitación formaba parte de la enseñanza impartida a las jóvenes. Es posible suponer que la tarea de elaborar flores le inspiró los sencillos pero conmovedores versos que inician su poema "El dulce milagro":
¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen.
Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen.
Mi amante, besóme las manos y en ellas
¡Oh, gracia! brotaron rosas como estrellas.
En el anterior ejemplo (y en el resto de ese poema) seguramente hubo un importante trabajo intelectual, para lograr la métrica y las rimas correctas. Pero para expresar arte en palabras no hay que saber mucho sobre rima y métricas; sólo hay que saber dejar fluir la inspiración, saber observar lo que hay alrededor y transmitir no sólo lo que se ve, sino lo que se siente. A modo de ejemplo, veamos el relato "La luna", del libro "El cántaro fresco":
Esta noche, la luna, redonda y brillante, está, de una manera casi matemática, encima del pozo, de modo que se refleja precisamente en el centro de la oblea negra del agua. Aprovechando su claridad el jardinero prefiere regar las plantas a esta hora. Y ese espectáculo no lo perdemos nunca nosotros, porque el jardín y el huerto son hermosísimos en estas claras noches de enero, y la frescura del agua da a las flores una belleza limpia y alegre que nos llena de paz el alma. Mi hijo fue el primero en descubrir la luna en el pozo. Y sobre el brocal cubierto de musgos y culandrillos nos inclinamos los dos, con ganas de estirar la mano hasta el oro fugaz de esa imposible moneda de luz.
Pero al ruido áspero de los zuecos del jardinero nos retiramos un poco.
-Juan va a regar...
El viejo desata la cuerda, alza pausadamente el balde y lo arroja, luego, al agua. Inconscientemente, en un impulso simultáneo, nos inclinamos de nuevo sobre el brocal. El balde sube ya, rebosando, brillante, fresquísimo, con una multitud de ondulaciones doradas entre el agua oscura, estriada de blanco. En el pozo la luna ha desaparecido y sólo queda de ella una multitud de hilos de luz. El jardinero ha deshilachado la luna. Y tranquilo, como un tosco dios inconsciente, se va por el caminito musgoso con su balde lleno de luna y de agua, mientras en el fondo del pozo, de una negrura temblorosa, vuelve a cuajar lentamente, la moneda blanca.
Y este es tan sólo un ejemplo. Vale la pena conocer más de la obra de Doña Juana para seguir encontrando joyas como esta. Así es que seguiremos leyendo y compartiendo nuestras lecturas.
Si bien los escritos de Juana se enmarcan en la corriente modernista, dicha corriente no es más que un instrumento accesorio en su obra, ya que supo expresar su amor por su entorno cotidiano con gran independencia creativa. Creo que todos aquellos que aspiramos a practicar alguna forma de arte (sea música, pintura, escritura, danza, etc.) admiramos a quienes han sido bendecidos con la capacidad de canalizar las expresiones artísticas en forma natural, sin esfuerzo, como si una musa inspiradora les soplara todo el tiempo al oído lo que tienen que transmitir en cada una de sus obras o sus expresiones.
Para ilustrar esta idea, vaya un pequeño ejemplo de la vida de Doña Juana de Ibarbourou: se dice que viviendo en una modesta casa de la calle Asilo (en la ciudad de Montevideo), y pasando estrecheces económicas, la escritora compartía las labores hogareñas y el cuidado de su hijo con la elaboración artesanal y venta de flores artificiales. Había adquirido esa habi
lidad en el colegio, cuando tal capacitación formaba parte de la enseñanza impartida a las jóvenes. Es posible suponer que la tarea de elaborar flores le inspiró los sencillos pero conmovedores versos que inician su poema "El dulce milagro":
¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen.
Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen.
Mi amante, besóme las manos y en ellas
¡Oh, gracia! brotaron rosas como estrellas.
En el anterior ejemplo (y en el resto de ese poema) seguramente hubo un importante trabajo intelectual, para lograr la métrica y las rimas correctas. Pero para expresar arte en palabras no hay que saber mucho sobre rima y métricas; sólo hay que saber dejar fluir la inspiración, saber observar lo que hay alrededor y transmitir no sólo lo que se ve, sino lo que se siente. A modo de ejemplo, veamos el relato "La luna", del libro "El cántaro fresco":
La luna
Esta noche, la luna, redonda y brillante, está, de una manera casi matemática, encima del pozo, de modo que se refleja precisamente en el centro de la oblea negra del agua. Aprovechando su claridad el jardinero prefiere regar las plantas a esta hora. Y ese espectáculo no lo perdemos nunca nosotros, porque el jardín y el huerto son hermosísimos en estas claras noches de enero, y la frescura del agua da a las flores una belleza limpia y alegre que nos llena de paz el alma. Mi hijo fue el primero en descubrir la luna en el pozo. Y sobre el brocal cubierto de musgos y culandrillos nos inclinamos los dos, con ganas de estirar la mano hasta el oro fugaz de esa imposible moneda de luz.
Pero al ruido áspero de los zuecos del jardinero nos retiramos un poco.
-Juan va a regar...
El viejo desata la cuerda, alza pausadamente el balde y lo arroja, luego, al agua. Inconscientemente, en un impulso simultáneo, nos inclinamos de nuevo sobre el brocal. El balde sube ya, rebosando, brillante, fresquísimo, con una multitud de ondulaciones doradas entre el agua oscura, estriada de blanco. En el pozo la luna ha desaparecido y sólo queda de ella una multitud de hilos de luz. El jardinero ha deshilachado la luna. Y tranquilo, como un tosco dios inconsciente, se va por el caminito musgoso con su balde lleno de luna y de agua, mientras en el fondo del pozo, de una negrura temblorosa, vuelve a cuajar lentamente, la moneda blanca.
Y este es tan sólo un ejemplo. Vale la pena conocer más de la obra de Doña Juana para seguir encontrando joyas como esta. Así es que seguiremos leyendo y compartiendo nuestras lecturas.