2015-10-31

2 Cuentos infantiles de brujas

Hoy es la noche de brujas, o Halloween, es por eso que publicamos estos dos cuentos que tratan sobre hechiceras que ayudan a los chicos y les muestran que las brujas no hacen puras maldades, y también pueden hacer buenas acciones.

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Cuento de brujas para niños
El primer cuento trata sobre Candela, una niña muy inquieta, que estaba convencida de que algún ser mágico la ayudaría con sus emprendimientos. El segundo cuento es sobre Juampi, un chico que, tras escuchar los cuentos de su abuela, veía brujerías por todos lados.


Candela, la empresaria


Candela era una nena muy enérgica y como su nombre lo indica, tenía ideas fogosas. Cuando algo se le metía en la cabeza, no había quien la hiciera desistir. Lo malo de eso era que muchas veces sus sueños se volvían muy difíciles de concretar. Así fue que quiso entrenar lombrices para competir en carreras, hasta que se dio cuenta de lo inútiles que eran sus directivas con aquellos bichos tan retorcidos (literalmente). O aquella vez que pretendió hacer tapados de piel para osos polares pobres que no tenían con qué abrigarse. También intentó fabricar cortinas para ojos, por si alguna persona quería dormir la siesta con los ojos abiertos.


Todas sus empresas terminaban con desilusiones, cuando se daba cuenta de lo caro que era fabricar todo aquello. Lo que le pagaba el ratón Pérez por sus dientes no le alcanzaba ni para empezar y… ya se le estaban acabando los dientes, también.

Pensó en conseguir cierto dinero cobrándoles estacionamiento a los caracoles de su jardín. “Estos andan llevando su casa de acá para allá, como si todo fuera gratis”, se dijo. “Mi papá paga cada vez que vamos al restaurante con pelotero. ¿Por qué ellos no tienen que hacer lo mismo?”. Si los pobres caracoles apenas podían con su caparazón, menos hubieran podido acarrear monedas hasta la alcancía de Candela.

Era todo muy frustrante para la pequeña empresaria. Pero ella era una niña emprendedora, una futura mujer de negocios que no podía rendirse ante el primer obstáculo.


Un día, después de la siesta, se despertó relajada y con más energía que nunca y, mientras tomaba la leche, pensó: “¡Ya sé! Necesito poderes mágicos, como los que tienen las brujas. ¿Por qué no se me ocurrió antes?”. Comió las tostadas rápidamente -no sin rezongos por parte de su mamá- y se fue a la compu a buscar páginas de brujas ofreciendo sus servicios. Imaginen su sorpresa y decepción cuando no encontró ni una sola criatura mágica que pudiera ayudarla. Al no encontrar brujas, probó con magos, hadas, duendes y siguió con hombres lobo y ogros. “No serán mágicos, pero estos seres se conocen todos entre sí”, pensó.


No tuvo suerte. Al parecer, los seres mágicos no conocen mucho de tecnología moderna. Así que Candela tuvo que recurrir a los antiguos medios de propaganda. Confeccionó volantes con los marcadores que le habían regalado para su cumple y usó el revés de los papeles de regalo de sus juguetes. Tenía que ahorrar en el departamento de publicidad, el presupuesto era limitado y además tenía conciencia ecológica. Los carteles quedaron preciosos y muy coloridos:

“Se solicita maestra de brujería para aprender las artes mágicas con fines benéficos”. (brujas malas, abstenerse). Interesadas, por favor llamar al 777777.

Al día siguiente, todas las vidrieras del barrio estaban empapeladas con los dibujos de Cande. Y qué negociante le negaría el favor a esas dos colitas y la sonrisa sin dientes paleta.


Después de eso, Candela se sentó a esperar al lado del teléfono. Las primeras dos horas pudo quedarse quieta, pero a medida que corría la tarde y las sombras se iban acercando, tuvo que seguir con su rutina de bañarse, cenar e irse a la cama, por que todavía no tenía poderes para pasarse días sin dormir y ¡Ahhhh...!

Mago con la varita rota
Los días siguieron pasando y cada vez que nuestra protagonista volvía del cole, interrogaba sin descanso a su mamá acerca de las llamadas telefónicas. Pero no pasaba nada, nada, nada…

Un sábado en que Cande acompañaba a su mamá a hacer compras al súper, se cruzó con una señora un tanto extraña que estaba comprando plumeros, escobas, escobillones y caños para colgar cortinas. A Cande le llamó un poco la atención, pero su mamá le dijo que seguro se había mudado de casa y la estaba decorando y limpiando. Se toparon con la señora a la salida y Cande no pudo con su genio. Tuvo que preguntarle para qué quería todo eso. La señora le sonrió y le contestó tímidamente: “Ehh… este… es que necesito reemplazar el mango de algo muy valioso que se me rompió y voy a probar con todo esto”.

Candela le sonrió a su vez y, después de unos segundos, le contestó: “¡A que se le rompió la varita mágica! ¿verdad?”.


La señora se sonrojó, enmudeció y luego empezó a tartamudear. La mamá de Cande estaba avergonzada y no sabía qué decir. Le pidió perdón a la señora y le contó de la curiosidad de la nena por las brujas y hadas, como todos los niños de su edad. Cuando se terminaron las disculpas, la señora se acercó a Cande y le susurró: “¡Tenés razón, es para eso! Pero no puedo contarlo a todo el mundo… hay personas que creen que las brujas somos malas…”.

“¡Pero yo no!”, gritó Candela. “Puse cartelitos en todo el barrio y nadie me llamó… Tiene que aceptarme como aprendiz”.

La señora aceptó calmándola, siempre y cuando pudiera arreglar su varita. Y fue así que llevaron todas las  compras a la casa de Cande primero, para luego ayudar a la señora bruja con su reparación.
La niña pasó por su cuarto para buscar una campera, y allí vio sobre el escritorio la plastilina, purpurina y plasticola que estaba usando para una maqueta del cole. Puso todo en una bolsita y emprendieron el camino a la casa de la bruja.


Una vez allí, las señoras trataron de reemplazar el mango de la varita con las cosas que habían comprado, pero nada calzaba bien y todo se caía.

Candela entonces decidió intervenir y pegó los pedazos de la varita con plastilina y plasticola de colores, con brillantina y adornos. Cuando hubo terminado, la varita parecía nueva y mejor aún, ¡de diseño!

La bruja estaba encantada pero… debía probar si realmente funcionaba, con un pase mágico.
Dijo muchas palabras raras en rima y revoleó la varita varias veces en círculos y de izquierda a derecha, hasta que la apuntó a una mosca posada sobre la mesa y la convirtió en una manzana.
“¡Funcionó!”, gritaron las tres al mismo tiempo.

Al parecer, hacía mucho tiempo que la bruja no podía hacer magia por tener su varita rota, así que no podía estar más feliz con el arreglo. Le prometió a Candela que sería su maestra en lo que quisiera aprender, totalmente gratis, ya que lo que ella había logrado no tenía precio.

Pero Candela se quedó muy pensativa con la propuesta. Le preguntó si había más brujas ocultas que ella pudiera conocer. La bruja le contó sobre otras brujas, magos, hadas y duendes, todos ocultos por miedo a la burla o al desprecio de los demás. Y fue allí que Candela entendió lo que debía hacer. Cuando volvió a su casa se puso a trabajar en nuevos volantes, pero esta vez debían ser entregados por la bruja en propias manos a los interesados.


Estos decían así:

¡No busque más!
¡Se reparan varitas mágicas a domicilio!
Contacte a Candela al 0800 777 VARITA.
Pedir turno con anticipación.

Y fue así que Candela finalmente encontró su vocación y pudo además ayudar a muchos en el trayecto.


La culpa es de las brujas


Juan Pablo tenía ocho años y vivía en Buenos Aires, pero desde muy chiquito había escuchado historias del campo que le contaba su abuela, que había nacido en Corrientes.

La gente mayor y además del campo, suele creer en más supersticiones que los habitantes de una gran ciudad.

El tema era que cada vez que pasaba algo fuera de lo común, la abuela de Juampi siempre se salía con el mismo comentario: “¡Es cosa de brujas!”.

Juampi no entendía mucho lo que significaba eso. Por que si se cortaba la luz a media tarde o el perro ladraba hacia la calle o se caía algún objeto como la escoba, se escuchaba siempre a la abuela diciendo: “¡Es cosa de brujas!”.


A todo esto se le sumaba una serie de actividades que no podían realizarse en ciertas circunstancias, como barrer a la noche, por que traía mala suerte, o barrer hacia afuera, por que echaba la buena suerte, no mencionar el número veintitrés jamás (ella decía veintidós más uno, o veinticuatro menos uno) y otras cosas más que Juampi trataba de recordar para que su abuela no lo persiguiera indicándole lo que no debía hacer.

Era muy complicado. Muchas veces unas cosas incluían otras y Juampi analizaba cada cosa que hacía en su casa durante el día para no hacer enojar a las brujas.

Su papá, el hijo de su abuela, se la pasaba explicándole que eran creencias de gente mayor y que le tuviera paciencia a la abu, pero que no le hiciera caso. “¡Mirá si vas a creer en las brujas!”, le decía siempre.


La cosa era que Juampi tenía curiosidad por saber por qué las brujas cortarían la luz, por ejemplo. “¿Sería para arreglar el caldero eléctrico? ¿Serán eléctricos los calderos de las brujas? Si no lo eran antes, ahora seguro que sí, con las nuevas tecnologías, puede que hasta usen energía solar”, pensaba Juampi, mientras daba vueltas en la cama y se quedaba de a poco dormido, hasta que, de repente, se despertaba y gritaba: “¡Pero si son brujas y tienen poderes, ¿por qué necesitan electricidad?”.

Al escucharlo gritar, sus papás corrían preocupados a verlo para asegurarse de que no estuviera teniendo una pesadilla.

Y cuando llegaban a su cuarto, lo encontraban muy tranquilo, tapadito y abrazado a su peluche, durmiendo plácidamente como un angelito, como decía su mamá.

El tema fue que Juampi empezó a ver brujas por todas partes.

Si una mujer ganaba a las cartas, ¡bruja! Si cocinaba un postre muy rico, ¡bruja! O si simplemente era muy inteligente como su doctora o su maestra, ¡todas brujas, brujas!

Cuento infantil de brujas 2
Juampi mirando a la bruja malabarista.
Sus papás no habían notado aún lo grave del asunto, hasta que una tarde en la que todos fueron al circo durante las vacaciones de invierno del cole, durante la actuación de una malabarista, Juampi empezó a gritar: “¡Bruja, bruja, bruja!” con todas sus fuerzas.

Sus papás no entendían nada y no supieron qué hacer más que salir casi corriendo del circo con el nene a cuestas.

Eso ya era el colmo. Todo el asunto se había vuelto una obsesión para Juampi. Y cuando ya creía que lo iban a castigar para siempre, estando en la entrada del circo vieron acercarse a ellos a una mujer con un traje brilloso, lleno de lentejuelas, que los saludaba.


“¿Por qué se van?”, les preguntó amablemente. Los papás no sabían cómo disculparse por la interrupción de su hijo durante la actuación. La artista los escuchó detenidamente, pero aún así no entendía bien por qué habían dejado el show tan precipitadamente, así que estando muy calmada, les contó: “¡Pero ustedes no sabrán que este es un circo de brujos! Todos lo somos. Venimos de largas generaciones de brujos y de cirqueros. ¿No leyeron el cartel en la entrada?”.

Juampi y sus papás no lo podían creer. No podían cerrar sus mandíbulas de la sorpresa, así que la malabarista hizo un pase mágico con su varita y ¡plaf! dos minutos después, como por arte de magia, estaban sentados entre el público otra vez disfrutando del show de brujos cirqueros , comiendo algodón de azúcar que se volvía a formar apenas lo terminaban, por que, como todo allí, también era mágico.

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