2017-04-20

El origen de dos malas palabras (que por pudor no ponemos en este título)

El vocabulario soez (es decir, el conjunto de las palabrotas que conforman el “lado oscuro” de cualquier idioma) es un curioso objeto de estudio de lingüistas que, a pesar de su elevada cultura, se pasan el día hablando groserías.


Hay miles de palabrotas y cada una tiene su origen particular. Las hay recientes y las hay clásicas; estas últimas remontan su origen al latín o el griego de los años anteriores a Cristo.

Palabrotas
Cada palabrota tiene un significado, un origen y una historia. No vamos a promover el uso de ninguna, pero queremos destacar dos casos interesantes, pertenecientes al lunfardo argentino, que pasaron de designar a personas valientes y gallardas, a convertirse en burdos insultos. Estas palabras son: pelotudo y boludo (por favor, sepan disculpar el lenguaje).


Hace un par de siglos, estas dos palabras designaban a integrantes destacados de los ejércitos de gauchos que lucharon contra los españoles en las guerras por la independencia.

Las armas que usaban estos gauchos eran muy rudimentarias, a diferencia del moderno armamento que traían los españoles. Los gauchos usaban pelotas (piedras grandes con un surco por el que ataban un tiento), boleadoras y facones; estos últimos se ataban a cañas para improvisar lanzas. Algunos pocos contaban con antiguas armas de fuego.


La estrategia empleada por los gauchos para enfrentar a los invasores con armas tan precarias consistía en agruparse en tres filas: la primera era la de los pelotudos, quienes portaban las pelotas grandes de piedra amarradas con una cuerda; la segunda era la de los lanceros, que llevaban las improvisadas lanzas, y la tercera era la de los boludos, que acarreaban las boleadoras.

Ejército de gauchos en la guerra por la independencia
Los pelotudos eran los primeros valientes en esperar la ofensiva española, para pegarles con las pelotas a los caballos, haciéndolos caer y desmontando a sus jinetes. Los lanceros aprovechaban entonces para pinchar a los soldados caídos, y los boludos terminaban el trabajo dándoles con las boleadoras.


Hasta la década de 1890, las palabras boludo y pelotudo hacían referencia a aguerridos soldados que habían sabido repeler a los invasores valiéndose de lo que tenían a mano. Pero entonces un diputado de la Nación lanzó una frase que condenaría a estas dos palabras para siempre al submundo de la palabrota. Dijo algo así como “no hay que ser pelotudo”, refiriéndose a que no era buena idea arriesgarse a ir al frente y correr el riesgo de hacerse matar. A partir de entonces, la susodicha palabra fue sinónimo de “estúpido” o de improperios aún más denigrantes. La palabra boludo tuvo, por arrastre, el mismo destino. Con el tiempo, el imaginario popular fue asumiendo equivocadamente que estas dos palabras hacían referencia a grandes órganos genitales que impedían a sus dueños moverse con facilidad.

En las últimas décadas, “boludo” pasó a usarse como vocativo, llegando casi a reemplazar al simple y característico “che” que siempre constituyó la marca registrada del argentino en el exterior.

De seguro nada nos quitará la costumbre de gritarle “boludo” o “pelotudo” a los automovilistas que no miran por el espejo antes de girar, pero por lo menos ahora sabemos que no es un simple insulto lo que les estamos diciendo.




 
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