El vocabulario soez (es decir, el conjunto de las palabrotas que conforman el “lado oscuro” de cualquier idioma) es un curioso objeto de estudio de lingüistas que, a pesar de su elevada cultura, se pasan el día hablando groserías.
Hay miles de palabrotas y cada una tiene su origen particular. Las hay recientes y las hay clásicas; estas últimas remontan su origen al latín o el griego de los años anteriores a Cristo.
Cada palabrota tiene un significado, un origen y una historia. No vamos a promover el uso de ninguna, pero queremos destacar dos casos interesantes, pertenecientes al lunfardo argentino, que pasaron de designar a personas valientes y gallardas, a convertirse en burdos insultos. Estas palabras son: pelotudo y boludo (por favor, sepan disculpar el lenguaje).
Hace un par de siglos, estas dos palabras designaban a integrantes destacados de los ejércitos de gauchos que lucharon contra los españoles en las guerras por la independencia.
Las armas que usaban estos gauchos eran muy rudimentarias, a diferencia del moderno armamento que traían los españoles. Los gauchos usaban pelotas (piedras grandes con un surco por el que ataban un tiento), boleadoras y facones; estos últimos se ataban a cañas para improvisar lanzas. Algunos pocos contaban con antiguas armas de fuego.
La estrategia empleada por los gauchos para enfrentar a los invasores con armas tan precarias consistía en agruparse en tres filas: la primera era la de los pelotudos, quienes portaban las pelotas grandes de piedra amarradas con una cuerda; la segunda era la de los lanceros, que llevaban las improvisadas lanzas, y la tercera era la de los boludos, que acarreaban las boleadoras.
Los pelotudos eran los primeros valientes en esperar la ofensiva española, para pegarles con las pelotas a los caballos, haciéndolos caer y desmontando a sus jinetes. Los lanceros aprovechaban entonces para pinchar a los soldados caídos, y los boludos terminaban el trabajo dándoles con las boleadoras.
Hasta la década de 1890, las palabras boludo y pelotudo hacían referencia a aguerridos soldados que habían sabido repeler a los invasores valiéndose de lo que tenían a mano. Pero entonces un diputado de la Nación lanzó una frase que condenaría a estas dos palabras para siempre al submundo de la palabrota. Dijo algo así como “no hay que ser pelotudo”, refiriéndose a que no era buena idea arriesgarse a ir al frente y correr el riesgo de hacerse matar. A partir de entonces, la susodicha palabra fue sinónimo de “estúpido” o de improperios aún más denigrantes. La palabra boludo tuvo, por arrastre, el mismo destino. Con el tiempo, el imaginario popular fue asumiendo equivocadamente que estas dos palabras hacían referencia a grandes órganos genitales que impedían a sus dueños moverse con facilidad.
En las últimas décadas, “boludo” pasó a usarse como vocativo, llegando casi a reemplazar al simple y característico “che” que siempre constituyó la marca registrada del argentino en el exterior.
De seguro nada nos quitará la costumbre de gritarle “boludo” o “pelotudo” a los automovilistas que no miran por el espejo antes de girar, pero por lo menos ahora sabemos que no es un simple insulto lo que les estamos diciendo.