2018-04-29

"La mejor luna", cuento de Liliana Bodoc

En este cuento, Liliana Bodoc nos propone una metáfora en la que intervienen un niño, una mascota y un pintor, y muestra cómo es posible resolver, con la ayuda de un artificio, la ausencia o la pérdida, cuando el mediador es el amor. En resumen, esta bella historia nos cuenta que Melina, la gata de Juan, sólo es feliz cuando la luna está redonda y blanca. Pero la luna va y viene, y la gata entristece cuando la ve menguar. Juan entristece por la tristeza de Melina, entonces su amigo Pedro (el pintor) ayuda a Juan y pinta una gran luna llena. Pero mejor, leámoslo de las palabras de la autora.



Para chicas y chicos en edad escolar.

La mejor luna, de Liliana Bodoc
Pedro es amigo de Juan. Juan es amigo de Melina. Melina es amiga de la luna.
Por eso, cuando la luna empieza a perder su redondez, los ojos alargados de Melina hierven de lágrimas, su tazón de leche se pone viejo en un rincón, y no hay caricias que la alegren.
Días después, cuando la luna desaparece por completo, Melina sube a los techos y allí se queda, esperando que la luna regrese al cielo como aparecen los barcos en el horizonte.

Melina es la gata de Juan. Juan es amigo de Pedro. Pedro es el dueño de la luna.
La luna de Pedro no es tan grande ni tan redonda, tiene color de agua con azúcar y sonríe sin boca. Y es así porque Pedro la pintó a su gusto en un enorme cuadro nocturno, mitad mar, mitad cielo.

Pedro, el pintor de cuadros, pasa noches enteras en su balcón. Y desde allí puede ver la tristeza de Melina cuando no hay luna. Gata manchada de negro que anda sola por los techos.
¿Les dije que Melina es la gata de Juan? ¿Les dije que Juan se pone triste con la tristeza de Melina?

Juan se pone muy triste cuando Melina se pierde en el extraño mundo de los techos, esperando el regreso de la luna. Y siempre está buscando la manera de ayudar a su amiga. Por eso, apenas  vio el nuevo cuadro que Pedro había pintado, Juan tuvo una idea. Y aunque se trataba de una luna ni tan grande ni tan redonda, color de agua con azúcar, podía alcanzar para convencer a Melina de que un pedacito de mar y una luna quieta se habían mudado al departamento de enfrente.


Juan cruzó la calle, subió siete pisos en ascensor y llamó a la puerta de su amigo. Pedro salió a recibirlo con una mano verde y otra amarilla. Juan y Pedro hablaron durante largo rato y, al fin, se pusieron de acuerdo. Iban a colgar el enorme cuadro en el balcón del séptimo piso para que, desde los techos de enfrente, Melina creyera que la luna estaba siempre en el cielo. Eso sí, tendrían que colgarlo al inicio de la noche y descolgarlo al amanecer.

Pedro es un pintor muy viejo. Juan es un niño muy niño. La luna del cuadro no es tan redonda ni tan grande. Y Melina, la gata, no es tan sonsa como para creer que una luna pintada es la luna verdadera.
Apenas vio el cuadro colgado en el balcón de enfrente, Melina supo que esa no era la verdadera luna del verdadero cielo. También supo que ese mar, aunque era muy lindo, no tenía peces. Entonces, la gata inclinó la cabeza para pensar qué debía hacer.

¿Qué debo hacer?, pensó Melina para un lado.
¿Qué debo hacer?, pensó Melina para el otro.


"La luna está lejos y Juan está cerca. Juan es capaz de reconocerme entre mil gatas manchadas de negro. Para la luna, en cambio, yo debo ser una gata parecida a todas en un techo parecido a todos. Y aunque la luna del pintor Pedro no es tan grande ni tan redonda, es la luna que me dio el amor".

Melina es amiga de Juan. Juan es amigo de Pedro. Pedro es amigo de los colores.
Juan creyó que un cuadro podía reemplazar al verdadero cielo. Porque para eso están los niños, para soñar sin miedo.
Melina dejó de andar triste en las noches sin luna, porque para eso tenía la luna del amor.
Y Pedro sigue pintando cielos muy grandes, porque para eso están los colores: para acercar lo que está lejos.

Escuchá la narración:

Acerca de Liliana Bodoc, una "creadora de mundos"

Liliana Bodoc
La obra de la escritora santafecina deja una marca indeleble en el mundo de la literatura, según cuentan sus colegas. En una entrevista (que puede leerse aquí) María Teresa Andruetto expresa su reconocimiento por la obra de Bodoc.

"Empecé el libro (Los días del venado) y quedé deslumbrada por ese aliento épico que me transportaba a los orígenes de una América mágica, lejana y desconocida. Con pericia narrativa, ella movía un permanente juego de oscilación y opuestos: bien/mal, traiciones/lealtades; amores/pérdidas, pueblo del Sol versus la Sombra... En nuestra lengua quedará, espero que para siempre, su Saga de los confines como la creación de un universo imaginario diferente de cualquier otro, un mundo fantástico/maravilloso de profundas raíces latinoamericanas, distinto a todo lo que se haya escrito aquí y allá en el género. Un verdadero hallazgo, para todo lector, de cualquier edad y condición. Desde entonces, su presencia en el campo de la literatura juvenil, la literatura de género y la literatura en general, no dejó de sentirse en los muchos libros que publicó para niños, jóvenes y adultos, así como en sus permanentes posicionamientos en la vinculación de la literatura y la sociedad, y de la literatura y la educación".




 
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