En esta fábula de nuestra autoría, una lechuza le enseña a un perro nervioso los beneficios del mindfulness o atención plena, ayudándolo con ejemplos prácticos. Este es uno de nuestros cuentos de mindfulness para niños. Te ofrecemos el cuento completo para leer en línea o para descargar en formato PDF (el link al final de la página).
Recomendado para leerlo a niñas y niños en edad escolar.
Con la nariz pegada al suelo y las orejas atentas a cada ruidito, Rufo caminaba nervioso y apurado por los caminos del bosque, en su constante búsqueda de rastros que lo llevaran hasta alguna fuente de comida. Se estaba haciendo de noche y su panza le estaba pidiendo algo con que llenarse. Cuanta más hambre tenía, más rápido caminaba y más nervioso se ponía.
La lechuza y su amigo el perro (c) Pablo |
Entonces detuvo su búsqueda y miró hacia la copa del nogal. Allí estaba Miranda, con sus alas plegadas, sus patas agarradas a una rama y sus redondos y grandes ojos, bien abiertos.
-Chssst -repitió Miranda.
-¿Me estás chistando? -preguntó Rufo.
Miranda sacudió la cabeza y miró hacia abajo.
-¡Hola Rufo! ¿Dijiste algo?
-Hola Miranda. Te pregunté si me estabas chistando.
-No, Rufo. Sólo estoy haciendo mis ejercicios de mindfulness.
Rufo inclinó la cabeza un poco hacia un costado, como hacen los perros cuando no entienden algo.
-¿Ejercicios de qué?
-Ay, Rufo, ¿no sabes qué es mindfulness? Atención plena. Te vendría bien practicar un poco.
-¿Sí? Pero, ¿para qué sirve?
Miranda hizo una pausa antes de contestar. Rufo había interrumpido su meditación. Eso la molestó un poco al principio. Pero en seguida tomó conciencia de esa molestia y la aceptó. Entonces dejó de parecerle una molestia. La situación presente era charlar con Rufo, por lo que debía poner toda su atención en esa conversación y compartir su conocimiento con su amigo canino. Entonces sonrió y revoloteó hasta una rama más baja, para estar más cerca del perro y poder conversar sin gritar.
-Sabes, Rufo, para que entiendas bien esto de la atención plena, no te lo voy a explicar. Te voy a pedir que practiques algo conmigo.
-Bueno, pero que sea rápido. Tengo que seguir recorriendo el bosque para encontrar comida. Estoy teniendo mucha hambre, ¿sabés?
Miranda rió. No le iba a decir a Rufo que estaba empezando mal al querer apurarse, por que eso lo haría sentir molesto y era justo lo contrario de lo que necesitaba en ese momento.
-No te preocupes, no te voy a demorar mucho. Lo que vas a tener que hacer es pensar por un momento que eres una lechuza como yo.
-¿Eso es todo? Ningún problema. Mirá.
Rufo se quedó quietito, sentado en sus patas de atrás, mirando para adelante con los ojos bien abiertos, sin parpadear. Le habrá durado unos dos segundos.
-¿Lo ves?
-OK -rió Miranda-. Más o menos vas teniendo una idea. Pero inténtalo de nuevo, sin preocuparte por mantener los ojos abiertos. Déjalos que se cierren, si así estás más cómodo. Y respira tranquilo, en forma pausada y profunda.
-A ver -dijo Rufo. Y lo intentó de nuevo.
Sus párpados se entrecerraron. Dio dos o tres respiraciones largas y profundas. Sus patas se relajaron y se sentó sobre su panza. Sus orejas se aflojaron. Se quedó así de relajado durante unos quince segundos, más o menos. Después se paró en sus cuatro patas, irguió sus orejas y volvió a respirar con rapidez.
-Sí, muy lindo, pero si sigo así me voy a quedar dormido. Y tengo que buscar comida.
-Te entiendo, te entiendo. No te preocupes. Te voy a pedir que hagas un solo ejercicio más. Y después puedes seguir con tu búsqueda.
-Bueno, dale. Uno más y después sigo mi camino. ¿Qué tengo que hacer ahora?
-Vuelve a sentarte como estabas recién. Relájate. Cierra los ojos, respira con calma y profundidad. Y pon toda tu atención, pero toda toda, en los olores que llegan a tu nariz y en los ruidos que llegan a tus orejas. Ignora todo lo demás, no pienses en nada y concéntrate únicamente en los aromas y en los sonidos.
Rufo hizo lo que le dijo Miranda. Se sentó, se relajó, cerró los ojos y empezó a respirar lenta y profundamente. Mientras tanto, la lechuza le hablaba con voz suave, recordándole que tenía que mantener su atención en los aromas y sonidos. De pronto notó que, aunque seguía con los ojos cerrados, Rufo hacía gestos con la cara y cada tanto su nariz se arrugaba y se tensaba.
-No te preocupes por tratar de averiguar de dónde vienen los ruidos y los olores -le dijo suavemente al perro-. No trates de decidir si son buenos, malos, lindos o feos. No pienses. Simplemente siéntelos. Nada más.
Entonces la cara de Rufo se quedó quietita. Los ojos cerrados, las orejas bajas. No hizo más gestos y su nariz se relajó. Y se mantuvo así durante unos minutos. Si la cara o la nariz se le empezaban a mover otra vez, Miranda le volvía a hablar con suavidad y Rufo se relajaba de nuevo. Hasta que, de golpe, abrió los ojos muy redondos, irguió las orejas y se paró en sus cuatro patas, listo para la acción.
-¿Qué pasa, Rufo?
-¡Acabo de sentir un aroma muy atractivo proveniente del rancho de Don Fulgencio! Debe estar descartando los restos del asado de hoy al mediodía. Y se escuchan risas de niños. Eso significa que está de visita toda la familia, así que los restos deben ser muchos. No lo habría notado si seguía buscando con la nariz pegada al suelo, como venía haciendo antes de toparme con vos. ¡Muchas gracias, Miranda!
-No hay de qué Rufo. Ahora ve y consíguete unos buenos huesos.
-¡Claro que sí! ¡Guauuuu…!
Con una sonrisa en su pico, Miranda lo miró alejarse trotando por el sendero hasta perderse en la oscuridad del bosque. Entonces voló de vuelta a su rama en lo alto del nogal y volvió a sus ejercicios de mindfulness; sólo que ahora los hacía con más alegría, gracias a la enorme satisfacción de haber ayudado a un amigo.
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