En Halloween suele reinar el terror y el espanto. Pero también hay historias de brujerías que no tienen nada de terrorífico, como esta que estamos a punto de contarte.
Leyendo historietas en vez de jugar |
Una de las paredes de su cuarto tenía una biblioteca de piso a techo llena de revistas. Estaba a punto de reventar, ya no cabía ni una más. Pero Nico siempre quería comprar la última que salía a la venta.
Tanto se metía en su mundo de fantasía que no se daba cuenta de que no tenía amigos. No jugaba con nadie en la plaza, ni en el recreo del cole, ni en los cumpleaños… Simplemente se quedaba en un rinconcito leyendo alguna de sus historias.
Un día, como tantos otros, estaba leyendo una revista en el patio del cole durante el recreo, cuando un reflejo en sus ojos lo obligó a levantar la vista. Eran dos compañeros del grado que estaban jugando a ser superhéroes y uno de ellos tenía una espada con piedras que había reflejado el sol en dirección a él.
Nico no podía creer que esos chicos estuvieran imitando a sus héroes favoritos. Tenía que jugar también. Conocía todas las estrategias, armas y trucos de esos personajes, pero… había un problema… Nico no conocía ni los nombres de sus propios compañeros de clase. No podía recordarlos por más que hiciera mucha fuerza.
“A ver, el otro día, la seño dijo que pasara a borrar el pizarrón…”, pensaba, pero el nombre no aparecía en su mente. “Era Julián, Sebastián… terminaba con ‘an’...”. No había caso, no se podía acordar y si los llamaba por otros nombres, se podían enojar y no hablarle nunca más…
Eso no debía pasarle. Él mismo no entendía por qué no había prestado nunca atención a esos chicos ni a ningún otro.
De pronto, Nico comprendió lo que le habían venido explicando sus padres y demás familiares con respecto a la importancia de los amigos, el aire libre, la vida social y todo lo demás que le repetían tanto los mayores.
A partir de ese día, Nico observaba a los chicos jugando a los héroes casi todos los recreos, pero aún así no se atrevía a hablarles. Ya no leía tantas historietas como antes, no se podía concentrar de tantas ganas que tenía de ir a jugar con esos chicos.
Hasta que, una tarde, ya no pudo más y le contó a su papá lo que le pasaba. También le pidió ayuda para ver cómo podía hablar con sus compañeros sin tener miedo, por que ya había pasado tanto tiempo desde ese primer momento del rayo en sus ojos, que Nico sólo podía pensar en que lo iban a rechazar y a odiar.
¿Dulce o truco? |
A esta altura, el papá no sabía cómo ayudarlo si él no se calmaba. Pero luego de un rato le dijo: “Ya sé,
Nico. Hay un pueblo de brujos no muy lejos de aquí. ¿Querés que vayamos para ver si pueden darte algún remedio?”
El nene estaba contentísimo con la solución y estaba seguro de que la magia no podría fallar. Así fue que, ese mismo sábado, se subieron temprano al auto y emprendieron el viaje que no duró más de veinte minutos, pero Nico estaba muy ansioso y le parecía que el auto andaba tan lento que tendrían que haber ido en avión (o en escoba, ¿verdad?)
Al llegar allí (muchísimos suspiros de Nico después), se encontraron con un barrio lleno de oficinas con carteles indicando a qué negocio se dedicaban. Unos decían: “Hechizos para conseguir trabajos (garantía de dos años)”. Otros: “Hechizos para conseguir casas. Trabajos garantizados”. “Hechizos de amor. Satisfacción garantizada o le devolvemos su dinero”.
Todo se veía muy profesional. Pero Nico y su papá seguían caminando entre oficinas y señalizaciones y todavía no veían una que pudiera solucionar su problema. Hasta que por fin vieron un letrero enorme con una flecha blanca apuntando a un edificio que decía: “Sección Amistad”.
Era todo un edificio de diez pisos dedicado a los problemas y soluciones de la amistad. “Se ve que la amistad es muy complicada”, pensó Nico.
Al entrar en el edificio, el portero les preguntó por qué asunto venían. Al explicarle, les indicó que debían ir al piso siete, oficina 21, por ascensor. ¡Cuánta burocracia!
Uno pensaría que los brujos eran más distendidos con los trámites, pero éstos eran en extremo organizados. Con tanta seriedad involucrada, Nico no podía fallar en su misión.
Cuando entraron a la oficina, los recibió un señor alto, delgado y de traje que les dijo que ya conocía el asunto de Nico. Les dio una serie de instrucciones impresas que debían seguir al pie de la letra, además de un paquetito con seis caramelos. Le cobró el servicio al papá y se despidió de manera muy profesional.
Al volver el lunes al cole, Nico sacó el papelito de las instrucciones durante el recreo y comenzó a leer:
- Poner los seis caramelos en el bolsillo derecho del guardapolvo.
- Durante el primer recreo, levantar la mano derecha en dirección a los niños que se desean hechizar y moverla dos veces de derecha a izquierda.
- Dar cinco pasos hacia ellos.
- Entregar dos caramelos a cada niño y comer 2 también.
- Esperar los resultados al terminar de comer los caramelos.
Nico pensaba que los caramelos tenían un hechizo, así que puso en práctica el embrujo a la perfección. Cuando sus compañeros terminaron de comer los dulces, invitaron a Nico a jugar con ellos.
Entre espadas y poses de superhéroes, los chicos le preguntaron a Nico por qué nunca se había acercado a ellos, así que intercambiaron números de teléfonos y direcciones para visitarse los fines de semana y hacer pijamadas.
En dos minutos se habían hecho los mejores amigos, y siguieron jugando durante los otros recreos y durante el resto de la semana.
El siguiente sábado, la mamá de Nico estaba sacando las cosas de los bolsillos del guardapolvo para lavarlo y encontró el papel con las instrucciones del brujo. Se lo dio a Nico pensando que era algo del cole. Él vio un destello extraño saliendo del interior, y al abrirlo vio que ya no estaban las instrucciones, sino una frase que decía:
“Sólo necesitabas un poquito de ayuda. Los caramelos eran normales. Los brujos no podemos interferir con la magia natural, y la amistad es pura magia. ¡Felicitaciones por tus nuevos amigos!”
A Nico se le cayó la mandíbula de la sorpresa. ¡Así que de verdad les había caído bien a sus compañeros! ¡Qué alivio! Por que ya estaba pensando que tendría que seguir dándoles caramelos por el resto de sus vidas.
Después de esta experiencia, Nico pensaba dos veces antes de encarar las tareas que le daban sus maestros o papás. Trataba de ver cómo hacerlas de la mejor manera posible. Y, si tenía un poco de miedo, pensaba que era normal, pero que tenía que superarlo y sacudírselo, porque no podía dejar que eso le impidiera seguir adelante.
Si hubiera hecho eso con sus compañeros en lugar de paralizarse, hubiese tenido amigos mucho tiempo antes. Así que, con el tiempo, Nico empezó a pensar: ¡Los brujos me cambiaron la vida!
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