El escritor Benji de Lara nos hizo llegar su primera obra, “Cuentos Infantiles Conscientes”, una recopilación de siete cuentos que ayudan a los jóvenes lectores a descubrir su habilidades, a desarrollar la confianza en sí mismos, a controlar las emociones destructivas y a superar los miedos que los limitan. Cada uno de los cuentos está ilustrado por un artista diferente, lo que le da mayor variedad y vuelo a la parte visual de la obra.
El contenido del libro ha sido avalado por varios psicólogos, y desde nuestro punto de vista podemos decir simplemente que disfrutamos mucho con la lectura de los cuentos y con la observación de las ilustraciones. Es por eso que le pedimos permiso a Benji para reproducir una de esas historias en nuestro blog. La elegida fue “La carrera”, una breve historia que destaca la importancia de no apresurarse para alcanzar metas, sino más bien hacer las cosas con tranquilidad, disfrutando de cada paso del camino.
La carrera
Erik estaba preparado para la gran carrera. Era una carrera popular en la que toda la gente de la ciudad participaba. Los corredores eran adultos, y pese a que Erik solo era un niño, quería correr junto a ellos.
De hecho estaba convencido de que podía ganar esa carrera. Había estado entrenando, dando vueltas corriendo a toda velocidad alrededor de su casa cada tarde al salir del cole. Se sentía en forma y preparado, les enseñaría a los adultos de lo que era capaz...
Dio unos saltitos, preparándose, y después se agachó, poniéndose en posición y esperando oir el pitido que anunciaba el comienzo de la carrera.
¡Piiiiiiiiiiiiiiiii!
Cuando el pitido sonó todos salieron corriendo, pero Erik salió disparado por delante de ellos a toda velocidad. Con un buen sprint de salida se adelantó a todo el pelotón poniéndose en cabeza. ¡Lo había hecho genial!
Contento observó como ganaba más ventaja e iba dejando a la gente atrás, mientras seguía corriendo rápido como el rayo. ¡Estaba ganando a los adultos!
Comenzó a imaginar entonces lo que le esperaba cuando llegara a la meta... Cruzaría el primero y todos le aplaudirían, después le darían la corona y se subiría a lo más alto del podio. Todos estarían orgullosos de él y demostraría lo mayor que era...
Pero ya tendría tiempo para disfrutar del éxito cuando llegara a la meta. Aun debía acabar la carrera.
Corrió y corrió, pero con el esfuerzo tan grande que había hecho empezaba a sentirse cansado y, de reojo, pudo ver como la gente empezaba a alcanzarle...
Erik levantó la cabeza y vio que la meta aun quedaba muy lejos, pero él ya estaba agotado. Poco a poco todos le fueron adelantando hasta que se quedó el último. Erik ya no podía correr más, estaba sin fuerzas...
Se sintió mal, decepcionado y muy triste. De repente todos sus sueños se habían esfumado, habían desaparecido... Él creía que estaba preparado para competir con los adultos pero se equivocaba, era solo un niño cansado...
Bajó los brazos y se rindió, dejó de correr. Se quedó sentado en el suelo, derrotado y dispuesto a abandonar la carrera, cuando vio que no era el último.
Un abuelo venía aun por detrás suyo, corriendo lentamente. Al verle, el abuelo se acercó a el...
-¿Estás bien, hijo?
Erik le miró con los ojos llorosos.
-No estoy bien, ¡he perdido!
-¿Ah si? -dijo el abuelo mirando a la meta, allá a lo lejos-.Vaya, yo creía que la carrera aun no había terminado...
-Verás hijo, te contaré un secreto -le dijo el abuelo con una gran sonrisa-. La carrera es como la propia vida. No se trata de querer correr mucho al principio, porque te cansarás rápido y después creeras que no vales y es demasiado para ti. Hasta acabarás sintiéndote derrotado...
-Justo eso me ha pasado a mi... -confesó Erik.
-Pues no debería ser así. Tu has de ir a tu ritmo, sin compararte con nadie, teniendo claro cual es tu objetivo y a donde quieres llegar. Después solo has de avanzar con paciencia sin dejar que nada te aparte de ese objetivo... Puede que tropieces y te caigas, pero aprenderás a levantarte. Y si, quizá tardes un poco más que otros, pero seguro que acabarás llegando allí donde quieres llegar.
El abuelo le miró con una sonrisa y le ofreció la mano.
-¿Vienes conmigo? Podemos acabar esta carrera a nuestro ritmo, disfrutando el camino, que para mi es lo que de verdad importa, ¿no crees?
Erik se levantó de nuevo, le dio la mano y los dos salieron al trote con una gran sonrisa.